May 22, 2019

Posted by:
IEPA

Transformando la salud mental a través de la equidad

Patrick McGorry

 

En los últimos años, se ha logrado un progreso inspirador en el ámbito de la salud mental mediante una mayor concientización, una reducción del estigma y la provisión de intervención temprana en algunas jurisdicciones. Este progreso, no obstante, se ha visto socavado y postergado por la profunda y generalizada subinversión en la atención de salud mental, incluso en los países de ingresos más altos. El Día Mundial de la Salud, con su enfoque este año en la cobertura de salud universal, brinda una oportunidad adecuada para llamar a la implementación de medidas que avancen hacia la equidad para la salud mental dentro de todas las sociedades y los sistemas sanitarios.

El nivel de negligencia en el área de salud mental se hace más evidente en la enorme brecha que separa al nivel de necesidad de la inversión real.

Las enfermedades mentales representan casi un 15% de la carga sanitaria de Australia, una cifra comparable al cáncer y a las enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, se les asigna apenas un poco más del 5% del presupuesto de salud. En el Reino Unido, el reciente informe de MQ: Transforming Mental Health (Transformando la salud mental) y su artículo relacionado, publicado en Lancet Psychiatry, resaltan el hecho de que en la última década, la inversión en investigación de salud mental prácticamente se ha estancado. Es una fracción de lo que se invierte en el cáncer y en otras áreas de investigación médica, siendo un desequilibrio incluso más pronunciado en el ámbito filantrópico que en el sector gubernamental. Recientemente, la importante falta de inversión en salud mental a nivel mundial se detalló también en la Comisión Lancet sobre salud mental global y desarrollo sostenible. Ahí, fue demostrada que la brecha terapéutica es amplia y que en la última década ha permanecido inalterada, dejando a la gran mayoría de la población mundial que padece enfermedades mentales sin acceso a atención de calidad.

La consecuencia de este abandono y falta de equidad es un tsunami mundial de muertes prematuras evitables, vidas asoladas y futuros perdidos. Esto es vergonzoso e innecesario. La solución es que las personas de todo el mundo se movilicen para exigir acciones, una reestructuración significativa e inversión en nuevos modelos de atención basada en evidencias, prevención e intervención temprana, así como una importante expansión en nuevas investigaciones para intervenciones de mejor calidad y más seguras.

Las personas que padecen enfermedades mentales a menudo se enfrentan con dificultades para acceder a los servicios de salud mental. Cuando efectivamente reciben atención, incluso el acceso a un tratamiento mínimamente adecuado es insuficiente, ya que se raciona y se limita el tratamiento de forma inoportuna. La situación de las personas con necesidades graves y complejas es desoladora, ya que a menudo se las excluye de los servicios comunitarios de salud mental.

Este nivel de necesidades insatisfechas no se toleraría en otros ámbitos de la salud tales como el cáncer. La prevención y el diagnóstico temprano son componentes estándar de la intervención en cáncer. Sin embargo, en salud mental solemos ver el extremo opuesto, y el acceso a la atención rara vez se basa en el beneficio potencial del tratamiento, sino, más bien, en el nivel de riesgo que el individuo representa para sí mismo o para los demás. Esto es atención sanitaria invertida. La investigación para la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de enfermedades mentales atraviesa por una importante falta de financiación, lo que impide el progreso efectivo en materia de atención de salud mental.

¿Cuál es la solución?

Aumentar la inversión en las atenciones de salud mental es la mejor opción en salud , porque podemos demostrar que generará un importante rendimiento de la inversión. La intervención temprana y la atención sostenida basada en evidencia son el pilar que se necesita para llevar a cabo una profunda reestructuración y reforma de la totalidad del sistema público de salud mental a fines de ofrecer atención accesible y de calidad.
Un punto de atención central deberían ser los jóvenes menores de 25 años, quienes constituyen el grupo etario en el cual las enfermedades mentales tienen mayores probabilidades de aparecer y mayor prevalencia, y en el que los tratamientos efectivos pueden evitar los posibles impactos sociales y económicos de por vida.

Este enfoque reformador solo puede ser desarrollado y sostenido si es que es empoderado por la evidencia, que a su vez puede sólo resultar de la investigación sofisticada y de alta calidad en salud mental. A esta última se le debe conceder equidad —y en el corto plazo, acción afirmativa— dentro de la investigación médica más amplia.